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Lecciones del Covid-19: dolor, responsabilidad y oportunidad.

Por Luis Álvarez de BlueMarketing

Muy pocos eventos en la historia reciente de México ha afectado simultáneamente a todos

los mexicanos (y al resto del mundo) como la crisis de Covid-19. Podemos hablar de los terremotos del 19 de septiembre del ’85 o ’17, pero fuera de los habitantes de la Ciudad de México y otras zonas, el resto del país los ve como fenómenos meramente chilangos propios de la capital del caos.

Hace unos días se publicó el Informe de la Comisión Independiente sobre la Pandemia de COVID-19 en México — Aprender para no repetir. Desde su dedicatoria podemos darnos cuenta por dónde va:

En memoria de los cientos de miles de personas que murieron en esta época trágica, muchas de ellas en aislamiento, sin acceso a atención médica apropiada y carentes de los medios para protegerse del contagio.

Con nuestro reconocimiento y respeto hacia todo el personal de salud, mujeres y hombres que pusieron en riesgo sus vidas para cuidar las de los demás.

Para las generaciones futuras, que sólo a partir de evidencia y recuentos objetivos podrán aprender las lecciones derivadas de este periodo oscuro y evitar su repetición.

Es este último párrafo el que nos alerta, a nosotros como profesionales de la comunicación y difusión de información, sobre la importancia que tiene hablar con la verdad por incómoda o inconveniente que esta pueda ser para líderes políticos o empresarios que buscan ganar poder o dinero con la desesperación y desinformación de la gente.

El texto duele.

Este no es el típico reporte post-mortem donde se narran los hechos de forma clínica y desapegada. Al contrario, su tono es de lamento por no haber ejecutado las acciones que

sabían que se debían realizar y que por decisiones unipersonales de nuestra cúpula política no se llevaron a cabo.

Como dice el reporte, “Es importante subrayar que no estamos evaluando sólo, ni principalmente, un fenómeno natural: el advenimiento de un agente patógeno desconocido. Indagamos, sobre todo, la forma como se trató de enfrentarlo. En este sentido, la experiencia nacional y global es vasta y concluyente: la política pública, el liderazgo y las decisiones de gobierno constituyen un factor crítico decisivo que agravó o atenuó, prolongó o mitigó, los problemas presentados por la pandemia”.

El informe resalta como los líderes populistas a nivel mundial, y en particular en México, minimizaron el peligro de la pandemia. Manifestarse en contra del uso de mascarillas, recomendar a salir a comer a restaurantes, no preocuparse y condenar a los medios de comunicación y opositores por crear pánico fue una actitud que se dio en varios países del continente americano. Esta tendencia se recrudeció a lo largo de la pandemia, donde los gobiernos de Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, entre otros, intentaban justificar el saldo terrible en muertes como si fuera un ataque político y no el resultado de oponerse a políticas de mitigación e información impopulares en el corto plazo.

Ante el nivel de contagios y muertes, prácticamente todos los gobiernos no tuvieron más alternativa que enclaustrar a su población en sus casas, evitar que se reunieran en centros de trabajo y sociales, restringir el turismo y crear políticas de apoyo económico para las industrias afectadas. En México, como bien sabemos, se clausuraron operaciones a contentillo, como la cervecera y la minería, afectando a cientos de miles de trabajadores y empresas por no entender a dichas industrias, mientras que otras, como las productoras de bebidas alcohólicas (no cerveza) y oficinas de grandes consorcios seguían operando sin restricción.

El reporte destaca el desmantelamiento del sector salud, que como señalan los investigadores, fue “socavado en el peor momento”. Se había desintegrado el fondo de gastos catastróficos de salud de más de 40 mil millones de pesos por una decisión meramente política, por lo que las instituciones ni siquiera contaban con los recursos para darle paracetamol a los enfermos con fiebre, o un cubrebocas nuevo a miles de profesionales de la salud que perdieron su vida intentando salvar otras.

Cuando finalmente se logró desarrollar una vacuna en contra del COVID-19, su aplicación en México fue lenta y con motivaciones politizadas. COFEPRIS tardó eternidades para autorizar las vacunas de Pfizer y Moderna, que eran las más aplicadas a nivel mundial y a las cuales se hubiera tenido acceso inmediato de haberlo solicitado, y se optó por opciones como la vacuna Cansino de China, con una efectividad menor, y peor aún, vacunas dudosas

como la Sputnik rusa o la desarrollada en Cuba, la vacuna Abdalá, las cuales no contaban con los rigurosos estudios de seguridad y efectividad que sus contemporáneas.

Mientras en el resto del mundo cualquier persona podía acudir por una vacuna a cualquier farmacia o supermercado, el gobierno mexicano decidió quienes se vacunaban primero, empezando con los maestros, en lugar de vacunar rápidamente al personal médico al frente de la atención de la pandemia. Mucha gente optó por viajar a Estados Unidos a vacunarse gratuitamente sin trámite de por medio, mientras en México se agrupaba a la población por edades, estados y municipios tras un trámite engorroso en línea para formarse en aglomeraciones donde miles de personas podían transmitir el virus a otras. La idea era que el pueblo estuviera al tanto que su gobierno, bajo el ojo atento de militares, recibía su vacuna junto con otros miles de personas gracias a la venia de nuestro presidente y su zalamero subdirector de salud, Hugo López-Gatell.

Por supuesto, los últimos en ser vacunados fueron los menores de 18 años, en particular los niños más pequeños, extendiendo aún por más tiempo el confinamiento en casa. Por supuesto, como ellos no votan, no eran prioridad.

El desastre y la crisis

Ahora analicemos lo que nos toca: la comunicación. Todos recordamos las “tardeadas” de Hugo López-Gatell, quien hablaba todos los días por más de una hora sobre el estatus de la pandemia en prácticamente todos los medios con alcance nacional a través de una rueda de prensa en Palacio Nacional. Como expertos en comunicación, podríamos decir que esto era un éxito, pues prácticamente toda la población del país podía informarse diariamente de cómo iba avanzando la pandemia, cómo cuidarse y las opciones para su tratamiento.

Diariamente López-Gatell, con su vocabulario grandilocuente, dicción perfecta, y sobre todo, un desprecio notorio a quien cuestionara las políticas de salud y decisiones que se tomaban, se convirtió en el funcionario más popular del país.

Ǫuedaba claro que él tomaba las decisiones en política pública de salud. Desapareció en la práctica al Consejo de Salubridad General, el órgano colegiado que debió ser quien determinara las acciones para mitigar, monitorear y atender al Covid-19, como lo hizo exitosamente durante la epidemia de H1N1 en 2009. A mucha gente se le olvida que López- Gatell era el Director General Adjunto de Epidemiología en la Secretaría de Salud en esa época, cuando llegó la gripe porcina (como se le conocía al H1N1) y el presidente Felipe Calderón lo despidió sumariamente porque su plan era que la mayor cantidad de gente se infectara con el nuevo virus para lograr la “inmunidad de rebaño”.

Como notorio damnificado político del “periodo neoliberal” y “perseguido político” del más conservador de los presidentes, López-Gatell era la figura médica que necesitaba la 4T en el gobierno y subió como la espuma. Aquí se aplicó el famoso principio de la peor persona en el peor momento pues López-Gatell es más político que médico, adoctrinando en lugar de recetar, y desde el primer momento que se tuvo noticia del COVID-19, su remedio era el mismo: dejar que la gente se infectara con el virus para alcanzar la inmunidad de rebaño. Al fin, que se mueran los que se tengan que morir y que vivan los fuertes, como dijo Darwin.

La verborrea de López-Gatell y su currículum engañó prácticamente a todos, incluso a varios profesionales de la salud que al tiempo se convirtieron en feroces críticos de las políticas y actitudes del subsecretario de salud convertido en Zar Anticovid. Muy pocos levantamos la mano ante lo que anticipamos como una verdadera catástrofe, muchos atacados por los medios aliados al régimen y sorprendentemente, por medios y analistas con una credibilidad ganada a pulso.

No podemos olvidar las declaraciones de López-Gatell del escenario catastrófico de 60,000 muertes cuando todo indicaba que ya iban muchas más. O la forma como justificó evitar el uso de cubrebocas, a los que les tenía fobia su patrón, al declarar que “el cubrebocas sirve para lo que sirve y no sirve para lo que no sirve”, pues López Obrador lo asociaba directamente con Calderón, ya que tuvo que suspender sus campañas por el H1N1. Miles de médicos y pacientes que murieron por esta declaración seguramente no estarían de acuerdo.

Y peor aun cuando declaró “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio” cuando en una conferencia mañanera con López Obrador le preguntaron sobre si el líder del país tenía que tomar precauciones contra el Covid-19 y era evidente que no estaba tomando medida alguna. Claro está, a los pocos días la noticia era que López Obrador estaba infectado con COVID.

En esos días, López-Gatell era la figura en todos los noticieros, primera plana en los periódicos e incluso portada en revistas como Ǫuién con el titular “El Rockstar Inesperado de la 4T”. El doctor estaba en jauja mientras la gente peleaba por tanques de oxígeno para sus familiares enfermos a los cuales López-Gatell les insistió “quédate en casa” pues según él la enfermedad era menos grave que la influencia.

El costo reputacional para López-Gatell y el sector de salud pública por el pésimo manejo de la pandemia ha sido devastador. Las políticas de austeridad aplicadas tienen en una situación crítica al sector, que no ha podido resolver temas urgentes de atención a pacientes y distribución de medicinas en lo que se ha convertido en un chiste en lugar de una aspiración: tener un sistema de salud como en Dinamarca.

Lo que nos toca

Como profesionales en la comunicación, sabemos lo grave que puede ser que un laboratorio falseé un reporte. Ǫue una institución esconda fallas. El daño reputacional por un mal manejo de crisis puede costar empleos, millones e incluso la desaparición de la empresa. Nunca debe costar cientos de miles de vidas.

El desastre del manejo de crisis por parte del gobierno de México durante la pandemia costó más de 800 mil vidas. Cerca de 5 mil médicos perdieron la vida porque no se les dieron los recursos básicos que necesitaban para proteger su salud y la de sus pacientes. Esto es imperdonable, pues los tomadores de decisión sabían perfectamente lo que hacían.

El Informe de la Comisión Independiente sobre la Pandemia de COVID-19 en México es un documento único en muchos sentidos: devela muchos de los errores en el manejo de crisis durante la pandemia en México, a la vez que alienta a los ciudadanos, y en particular a los profesionales, a evitar repetir los errores que se cometieron. Prácticamente nos deja la responsabilidad a los comunicadores de hacer mejor las cosas para la siguiente crisis.

Cada uno de nosotros debe asimilar las lecciones de este valiente reporte, independientemente de filias y fobias. Como asociación, debemos tomar postura cuando vemos que las cosas no se están haciendo bien por parte de las autoridades que buscaban más un resultado político que uno de contención de la pandemia. El hablar oportunamente pudo cambiar el curso de las cosas y tal vez salvar vidas.

Esta es una enorme lección, y en nosotros está evitar que se repita un desastre igual. Desgraciadamente, la pandemia no es el único problema que afecta a México — o al mundo. Pero nuestra responsabilidad es aprender, entender y comunicar para que más gente pueda tomar las decisiones adecuadas que incluso pueden salvar su vida o cambiar el rumbo de un país.

Tenemos las herramientas y sabemos usarlas. No podemos olvidar el desastre, no podemos estar callados ante el siguiente. No volvamos a vivir en el dolor. De nosotros depende.

Luis Álvarez

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